La Historia y los sueños. Avatares históricos de Navarra 1524-1812 (Carlos Rilova Jericó, Doctor en Historia por la UPV-EHU)
¿El sueño de
la Historia produce monstruos? El frente vasco de las Guerras Italianas
(1494-1559)
Hace ahora 500
años, en el invierno de 1524, la que es hoy la ciudad de Hondarribia estaba
sometida a un asedio en el que las tropas del emperador Carlos V trataban de
demoler sus murallas a golpe de Artillería,
En torno a esas
piezas tonantes se concentraban también numerosos efectivos de a pie. Toda una
variedad de tropas que iban desde profesionales característicos de la Europa
renacentista -es decir: aventureros, mercenarios...- hasta milicias de civiles
armados. Principalmente vascos, guipuzcoanos, vizcaínos…
Ese hecho -histórico- no era más que un
episodio más de las llamadas Guerras Italianas, iniciadas en 1494 y culminadas
en 1559. Un conflicto por el control de la dividida península italiana que era
clave en la disputa por el dominio sobre Europa entre la Casa Habsburgo y la
naciente Francia.
En la mayor
parte de los países europeos involucrados en esos sucesos (España, Francia,
Suiza, Italia...) actualmente no supone ningún problema hablar de ellos. Sin
embargo sí lo es en la Comunidad Foral de Navarra y en las provincias
vascas agrupadas hoy en la comunidad autónoma española conocida como “Euskadi”.
La razón para
esa curiosa reacción vasco-navarra frente a la Historia del Renacimiento
europeo, descansa en que determinados grupos políticos de ambas comunidades
consideran que esos hechos frustraron la aparición de una nación vasca como la
española y la francesa que se forjaban en esos momentos. Esa interpretación de
esos sucesos, pese a basarse en una certeza histórica -la aparición de
estados-nación actuales en el período renacentista- pierde toda fundamentación
razonable en el momento en que considera que lo que se frustró tras la
definitiva derrota de los Albret en Fuenterrabía, en 1524, era una nación tal y
como podrían serlo las que se consolidaron -como España y Francia- a partir de
la revolución francesa de 1789.
Si algo no
respalda la Historia -entendida como ciencia social y no como arma de
propaganda política- es esa idea semifantástica. Quienes sueñan hoy -en Euskadi
o la Comunidad Foral de Navarra- con una nación perdida en esa fase de las
Guerras Italianas en el frente vasco, cometen un grave error al confiar sus
esperanzas políticas a una Historia que -de eso no hay duda- deforman de un
modo que roza el ridículo cuando se expone no ya en una España sospechosa de
reminiscencias y nostalgias franquistas, sino ante historiadores tan alejados
de esa problemática como podrían serlo los británicos o los norteamericanos. Y
es que aunque la Historia de esa época -la de las Guerras Italianas, combatidas
también en suelo vasco y navarro- puede parecer a los independentistas de ambos
territorios que reviste a su causa de solera, de dignidad… lo cierto es que
sólo lo hace de cara a quienes comparten su visión política. Más allá de ese
punto esos planteamientos son el equivalente a querer equiparar hoy día la
Alquimia a la Química… Es decir: más o menos venir a confundir las novelas de
Espada y Brujería al estilo de Tolkien con la Historia como ciencia social.
La venta del
reino de Navarra a la mejor oferta. Los acontecimientos del otoño de 1556
No es ésta la
primera tribuna en la que cuento estos hechos que ya estaban plasmados en los
libros de Historia desde hace más de un siglo. Es una historia pequeña,
casi mezquina, pero algunos historiadores decimonónicos, la consideraron lo
suficientemente relevante como para reconstruirla.
Ese fue el caso
de François-Auguste Mignet, historiador, político, periodista... francés nacido
con la revolución francesa, en 1796. Dedicó, en efecto, buena parte de su vida
en esa turbulenta Francia, a escribir esmerados libros de Historia en los que aunque
aún no se llegaba al nivel al que llevarían a esta ciencia otros historiadores
franceses como Lucien Febvre y Marc Bloch, sí se recogían interesantes datos
que hoy nos pueden aclarar mucho sobre el verdadero porqué de vascos y navarros
enfrentándose a sus supuestos compatriotas en 1524, ante los muros de una
Fuenterrabía ocupada por la facción de los Albret.
Contaba Mignet
en su obra magna sobre el emperador Carlos V -mando supremo de las tropas
sitiadoras de 1524- que cuando aquel nieto de Fernando el Católico se retira de
la vida pública, de camino al monasterio de Yuste, recibió una propuesta por
parte de los Albret. Era el año 1556, pero el asunto se había fraguado ya
tiempo atrás.
La propuesta en
concreto, según la describe Mignet con todo detalle en su libro “Charles Quint: son abdication, son séjour et sa mort au
monastère de Yuste”,
fue llevada hasta el decaído emperador por el duque de Alburquerque cuando el
césar Carlos se encontraba en Burgos. Alburquerque había recibido la propuesta
de manos de un caballero navarro de apellido Ezcurra que, al parecer,
representaba a los Albret en aquel otoño de 1556.
¿En qué
consistía esa oferta de los desterrados reyes navarros? Sencillamente en que
dichos reyes ofrecían olvidarse de todo lo pasado desde 1512 si Carlos V, o su
heredero Felipe II, les cambiaban -por así decir- la Navarra peninsular por el
Milanesado. Un negocio de compraventa de terrenos con la ancestral “Amalur” o
Tierra Madre éuskara usada como moneda de cambio y con sabrosas ventajas
añadidas. Así los reyes navarros ofrecían también convertirse en fieles aliados
de Carlos V y sus herederos en esa estratégica zona de Italia -recordemos: en
disputa desde 1494 entre Francia y la recién forjada España- apoyando todas sus
empresas bélicas con 5000 hombres de Infantería, 500 de Caballería, 2000 tiros
de bueyes, 200 zapadores y 20 piezas de Artillería de distintos calibres.
Asimismo les entregarían la fortaleza -no menos estratégica- de Navarrenx en la
Baja Navarra y como rehén al heredero de la casa real navarra…
Obviamente
parece claro que a los reyes navarros del siglo XVI -de apellido nada éuskaro
por cierto- la “patria” les parecía una cuestión accidental. Es más: como
príncipes renacentistas que eran no tenían tal noción. Lo verdaderamente
importante para ellos era fundar el poder de su familia, personal e
intransferible, sobre el dominio de un territorio determinado. Fuera el que
fuese. Navarro o italiano…
Eso y no otra
cosa es lo que se jugaba en 1524, hace 500 años, ante los muros de
Fuenterrabía… La Historia, si es que realmente es Historia y no panfleto
político, no puede decir otra cosa que, además, sería tan aberrante como
pretender que ese asedio se combatió no con picas, arcabuces y culebrinas sino
con naves espaciales y rayos láser.
A manera de
conclusión. Tierra manejada al capricho del más fuerte. Napoleón y los
afrancesados vascos. Año de Gracia de 1812
Resulta
sorprendente que Luis de Astigarraga no haya sido exaltado y convertido en un
héroe por quienes sueñan con vislumbrar una nación vasca milenaria, intemporal.
En 1512, en 1524… incluso antes. Tal vez sea porque Luis de Astigarraga es un
personaje difícil, equívoco. Los documentos sobre él en el SHAT -el principal
archivo militar francés- desenterrados hace ya dos décadas por quien esto
escribe, nos hablan de un afrancesado, de uno de aquellos famosos traidores…
Aunque en este caso a la nación española decantada por la Constitución gaditana
de 1812.
Sin embargo,
independientemente de esto, Luis de Astigarraga, admirador incondicional de
Napoleón como su tío José -que le acompañaba en la tarea de lanzar encendidas
alabanzas al emperador corso- fue también un adelantado de la enseñanza del
euskera y llegó a impulsarla como cargo político -cuando la tormenta
napoleónica pasó y los liberales españoles perdonaron sus palabras y hechos de
1812- y como autor de manuales para aplicar su enseñanza. Por lo tanto se
trataría de un admirable precursor para muchos de los que reivindican un
nacionalismo panvasco -con base en Navarra preferentemente- basado en una
Historia tan antigua como inverosímil en general.
Sin embargo, si
por algún azar, Luis de Astigarraga fuera ahora abducido por, por ejemplo,
quienes manipulan los hechos de las Guerras Italianas en el frente vasco y
navarro, estos volverían a caer en el mismo error en el que han caído respecto
a una nación vasca inexistente en 1524 y que los Albret y sus herederos querían
cambiar por el Milanesado.
Porque la
historia de Luis de Astigarraga es, tan sólo, un buen ejemplo de como en el
momento en el que empieza a surgir la noción de nación que tenemos hoy día (la
que los navarristas quieren aplicar en 1524), tanto la actual Euskadi como la
Comunidad Foral de Navarra no eran más que, nuevamente, una pieza menor
manejada a capricho de grandes potencias -como la Francia napoleónica- según a
éstas les interesase.
Bien para crear
un estado satélite (Nueva Fenicia) basado en una Historia no menos inverosímil
que la de 1524 forjada por los navarristas o, si así convenía, para, como
ocurrió tras la segunda Batalla de San Marcial en 1813, dejar abandonados esos
territorios a su suerte, que era formar parte de Francia y parte de la nueva
nación española. La misma que habían defendido a sangre y fuego centenares de
vascos y navarros peninsulares integrados en el Séptimo Ejército español. Bajo
las órdenes de guipuzcoanos como el general Gabriel de Mendizabal e Iraeta o
navarros como los Mina. En las llanuras de La Ribera, en los campos de
Azpeitia, en las laderas de San Marcial. Pero también en las Merindades entre
Álava y Burgos, en Asturias...
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