Algunas notas sobre el desaparecido Parador Provincial de Turismo de Jaizkibel

Restos del Parador Provincial de Turismo en la actualidad

AITOR PUCHE
 
A comienzos de la década de los cincuenta del siglo pasado, la Diputación de Gipuzkoa empieza a preocuparse por el desarrollo turístico de la provincia, con pequeñas iniciativas e inversiones, dado que eran tiempos para otras prioridades más esenciales, en un país que aún sufría los coletazos de la Guerra Civil de 1936.

La Diputación comienza entonces a tomar conciencia de los atractivos históricos de la provincia. Para ello, se organizan visitas culturales por diversos itinerarios, entre los que figuraba un recorrido por el Bidasoa-Baztan.

Igualmente, se crean premios a los mejores restaurantes que no fueran urbanos, por sus servicios, instalaciones y estética. También comienza a pedirse a los propietarios y arrendatarios de caseríos que blanquearan sus fachadas y resaltaran sus elementos más pintorescos de piedra o de madera, o que pusieran flores en los balcones. Como recompensa, se darían premios para aquellos que, en definitiva, impulsaran la estética tradicional del caserío.

Su construcción

Dentro de aquel contexto, en 1954 se señala a Hondarribia como “destino turístico”. No es casualidad pues que los orígenes del ya desaparecido Parador de Turismo de Jaizkibel se remonten a aquel tiempo, coincidiendo también con la inauguración el actual Aeropuerto de San Sebastián. Dos fuertes resortes sin duda para impulsar la llegada de visitantes de lejana procedencia y con recursos.

El plan de Paradores Provinciales de la Diputación se centraba entonces en la construcción de dos: uno en el interior, en Errezil, y otro en el litoral, en Hondarribia, atendiendo sobre todo a criterios de belleza paisajística del entorno. Para este último se tuvo que pedir permiso al general de la Junta de Defensa de los Pirineos Occidentales, dado el emplazamiento estratégico de aquel punto próximo a la frontera con Francia.

La poca sensibilidad entonces de la administración provincial por el cuidado de nuestro patrimonio provocó la destrucción de un dolmen y dos crómlechs durante las obras su levante.

El Hostal, ideado por el arquitecto José María Muñoz Baroja, se inauguró en agosto de 1955. El edificio se construyó en piedra llamada “berroqueña” (roca granítica de gran calidad y resistencia a las inclemencias meteorológicas, propia de la sierra de Guadarrama) con apariencia de fortaleza, como queriendo imitar las construcciones defensivas de la zona. Contaba con una superficie de 778 metros cuadrados, distribuidos en 3 plantas y una veintena de dormitorios en el proyecto inicial. El Parador se abastecería del agua de uno de los varios manantiales naturales que afloran en el monte Jaizkibel.

Su final

El Parador tuvo siempre la pega de estar bastante alejado de los focos poblacionales más importantes del entorno, a una considerable altura y con unas comunicaciones que no eran las mejores. Para colmo, solo parecía dar beneficios en la temporada veraniega. Sus balances por lo tanto se orientaban más a las pérdidas que a las ganancias. Y como no salían los números, al final la Diputación optó por cerrarlo.

En 1995 dicho organismo foral propone convertirlo en un centro especializado en turismo verde; pero la idea no prosperó. Hasta poco antes de su demolición total, solo se mantenía activo el bar de la planta baja, abierto exclusivamente los fines de semana y festivos hasta diciembre de 1998. Un año después se derriba.

Sus trabajadores

Mi padre estuvo empleado en aquel establecimiento en los últimos años del Franquismo. Era una excursión recurrente en tiempos de mi niñez subir al Parador, con muchos recuerdos para él…

Recogemos el nombre de su primer jefe de cocina: José Castillo, en los años cincuenta (DV, 24-08-55). A finales de la década de los sesenta, la plantilla estaba formada por: Carlos Nuere (dirección), Luis Cepeda (gerente), Pedro Unsain (chef de cocina), Caty Olaizola (maître del Hotel), Marisol Cepeda (secretaria), Pilar Herrando (recepción), Vicente Ramajo (barman), Juan Puche (cocina), Maribel del Zarco (caja), Francisco Raya (cocina), y en servicio estaban: Luis, Ramoni, Kily, Maria Antonia, Belén y Enrique.
Uno de sus gerentes, Pedro Tellechea, llegó a ser galardonado por el Gobierno de Franco con la llamada entonces “Placa de Bronce al Mérito Turístico”, en 1965.

Los platos estrella del Parador eran el zortziko, las ostras entreveradas de salchichas, mero a la parrilla y Chuleta de Novilla del Baztan, entre otros guisos.

Sus visitantes más conocidos
Otto Skorzeny, líder de los comandos alemanes en la Segunda Guerra Mundial

Por allí pasaron algunas personalidades de la época, entre otros: el embajador Manuel Aznar, el alcalde de Barcelona José Maria Porciones, el ministro López Rodó, el popular hostelero Perico Chicote… y dos conocidos personajes de la Segunda Guerra Mundial: Muñoz Grandes, que fuera general de la “División Azul” española, y Otto Skorzeny, excoronel austríaco de las Waffen-SS refugiado en España al finalizar la contienda. Hombre de gran corpulencia, daría notorias muestras de su desmesurado apetito en el Parador, comiendo a deshoras raciones de langostinos gigantes, jamones de Trévelez…

Como testimonio mudo de todas estas historias permanece el solar donde se levantó el Parador, y unos solitarios arcos de piedra de la antigua obra, para su memoria.




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