El Bidasoa Mexicano. Un rincón guipuzcoano en el exilio.



Por Rodrigo Pumarejo de la Serna

El 11 de julio de 1936 se publica en Irún el último número del destacado semanario El Bidasoa antes de su cierre forzoso provocado por la Guerra Civil. Su director, Antonio de la Serna, entusiasta heredero de la amplia y reconocida tradición periodística irunesa también se ve obligado a poner fin al que seguramente sería el capítulo más entrañable de su vida.

 En 1939, tras sortear las penurias de la guerra y del exilio, encuentra a miles de kilómetros un seguro refugio que pronto se convertiría en su nuevo hogar. La cálida acogida en México y la construcción de un futuro esperanzador convivirían siempre con el nostálgico recuerdo de su tierra amada.

En nuestra mente golpea insistente, con fuerza irresistible Irún, Irún, Irún. Nada existe capaz de hacérnoslo olvidar, y así como lloramos la ausencia de un ser querido, lloramos la de nuestro pueblo que forma parte de nosotros mismos.” 

Antonio de la Serna

Consciente o inconscientemente, decidió exorcizar sus propios demonios mediante la apasionada e incansable tarea de reconstruir esa parte de su ser que nunca se apartó de la Plaza de San Juan, ni del Paseo Colón, ni de la Bahía de Txingudi. El proceso de reconstrucción fue laborioso, pero también fue muy creativo, como todo lo que sale del corazón.

Así, el 30 de junio de 1951 fue la fecha que Antonio de la Serna escogió para el nacimiento de una nueva publicación, coincidiendo con la celebración del Alarde de San Marcial, el día grande de Irún. A partir de ese momento, El Bidasoa Mexicano aparecería de forma anual junto con las fiestas irundarras, cada 30 de junio, hasta 1961.

Esta publicación no hubiese sido posible sin el generoso apoyo del donostiarra Jacinto Lasa, propietario de la exitosa Editorial Patria, bajo cuya responsabilidad estaba la impresión de los libros de texto gratuitos que se distribuían como parte del sistema de educación pública en México.

Los ejemplares de El Bidasoa Mexicano eran distribuidos entre los asistentes a las celebraciones que anualmente realizaba la colonia irundarra en tierras aztecas cada 30 de junio. Otros tantos se remitían a paisanos exiliados en países como Argentina, Venezuela y Francia. Lógicamente también se destinaba una parte de la edición para enviar a los amigos que se encontraban en la comarca del Bidasoa.

El contenido de la revista siempre guardó relación con Irún, con la comarca del Bidasoa o con el País Vasco, ya sea a través de relatos, poemas, reportajes gráficos, reseñas o biografías. Las evocaciones a esta región incluye aspectos de su geografía, destacando gran parte de ellas al río Bidasoa, a sus montañas, pueblos y calles; aspectos de su historia, tanto la oficial y heroica, como la popular y más cercana a la cotidianeidad, encontrando textos sobre los Tratados de Paz de los Pirineos pero también sobre la visita de algún foráneo que es cautivado por sus redes mágicas”; aspectos de su cultura, de su población y hasta de su economía.

Textos impregnados de nostalgia que buscan revivir felices momentos y un constante anhelo por el reencuentro con la tierra perdida inundan todas sus páginas. Emilio Navas en su gran obra monográfica Irún en el siglo XX menciona: El Bidasoa Mexicano está cuajado de recuerdos y añoranzas del viejo rincón irunés; estuvo atento a las palpitaciones de nuestro pueblo y siguió con atención las vicisitudes de su vida. Los números publicados dan testimonio de ello”.

“¡Adiós, viejos tranvías de mi juventud, los que me llevasteis, un día tras otro, durante años, a esa inolvidable Fuenterrabía, donde mi felicidad resplandecía en las serenas noches de verano, en las lluviosas tardes de invierno, en las magníficas mañanas de un otoño ideal y en los días alegres con olor a flores y a mar, de una primavera en que todo renace entre cantos, agua y sol.

¡Adiós, viejos tranvías de mi juventud, que acercabais a mí la costa de plata, los barcos pesqueros, el viejo camino del Faro –camino de poetas que aún anda Montes Iturrioz– y las viejas calles llenas de historia!

¡Adiós, viejos tranvías que un día me dejasteis en Fuenterrabía junto a unos ojos claros en los que aún te veo, vieja ciudad, todos los días y a todas horas!”

Antonio de la Serna (El Bidasoa Mexicano, 30 de junio de 1954)

Cada número fue dedicado a algún personaje destacado de la historia o de la cultura vasca: Pío Baroja, Gaspar Montes, Pedro Mourlane Michelena, José Antonio Aguirre, el Padre Donosti, Victoriano Juaristi, Unamuno, Ravel o Pierre Loti, entre otros. También se incluyen figuras mexicanas que de una u otra manera se vinculan con lo vasco, como Alfonso Reyes o Sor Juana Inés de la Cruz.

Los fantásticos personajes populares fue otra categoría frecuente en esta publicación: el peluquero que también era pregonero, el gabarrero que conocía todos los rincones del Bidasoa, los ingeniosos contrabandistas, el zapatero meteorólogo, los amigables aldeanos y muchos otros siempre presentes en todo pueblo que se precie de serlo.

El rubro de las festividades es, tal vez después del de Irún y lo vasco, el más importante dentro de la publicación que cada año ve la luz junto con el Alarde. Las fiestas son el motivo para reunir a los amigos y El Bidasoa Mexicano se presenta como la fiesta impresa que une a sus lectores. En todos sus números, aparece una importante reseña de la celebración sanmarcialera” realizada por los iruneses en México el año anterior, en donde se incluyen los discursos pronunciados, nombres de los asistentes, programa de actividades, fotografías y hasta los menús degustados.

También se incluyen diversos textos que evocan festejos anteriores, en el Irún de la juventud pasada. En este rubro de las festividades no pueden faltar los escritos e ilustraciones sobre las bellas cantineras, los gallardos sargentos, los rudos hacheros, los batallones y, por supuesto su general.

En 1954, durante la ya tradicional celebración anual, Antonio de la Serna, en representación de la colonia irundarra en México, impuso al empresario Jacinto Lasa la banda de Irún y la Gran Cruz de San Marcial, entregándole también un pergamino, en el que se le nombra hijo adoptivo de Irún. Emocionado, el homenajeado expresó: “el más estupendo modelo de transmutación ha sido mi admisión como irunés, nombramiento que me ha sido inmerecidamente conferido por el Excelentísimo señor Cónsul de Irún en México, Antonio de la Serna.”

Adolfo Bienabe Mendibiribil”, colaborador de esta publicación, comentaba en la edición de 1956: “¿Que en dónde se sitúa la bahía de Chingudi? Preguntárselo al cónsul de la República del Bidasoa en México, al querido bidasotarra Antonio de la Serna, que desde la atalaya de la revista El Bidasoa Mexicano y, en el abrir de sus hojas, en cada San Marcial, nos regala cual abanico sanmarcialero, las caricias de la brisa pura y fresca, suaves como la muselina de aquella inolvidable bahía verde-plata, en la tierra, en el aire y en el  mar bidasotarras, que él también sabe captar y cantar.”

Especial mención merecen los colaboradores que con sus textos e ilustraciones enriquecieron esta publicación. Además de Antonio de la Serna que bajo la figura editorial o tras misteriosos seudónimos realizó la mayor parte de los textos, se encuentran: Luis de Uranzu” (Luis Rodríguez Gal), Max Mich” (Máximo Michelena), Mendibiribil(Adolfo Bienabe), María Dolores Arana, Adrián de Loyarte, Félix Urabayen, Agustín Anza, Félix Miguélez, Felipe Urcola, Juanchín” y Germán M. Iñurrategui, por citar algunos.

Las ilustraciones, tanto internas, como de portadas, también fueron realizadas por destacados y talentosos artistas: Gaspar Montes, Gerardo Lizárraga, Luis Vallet y Bernardino Bienabe.

La emoción que todos los lectores y colaboradores compartían por tener en sus manos, cada 30 de junio, un nuevo ejemplar de la revista se vio apagada en 1961, cuando tras el número XI se cerró para siempre este querido espacio de evocación, sueños, alegrías y tristezas.

Ese año coincidía también con el 25 aniversario que Antonio, y muchos de sus amigos, contarían fuera de Irún: Veinticinco años se cumplirán el próximo septiembre de nuestro último paso a través del Bidasoa, cuando las tropas no sanmarcialeras del otro generalísimo –el nuestro es Ricardo Rodríguez– entraban en Irún.”

El Bidasoa Mexicano fue, ante todo, un medio de promoción y difusión de la cultura vasca, pero también lo fue como instrumento de comunicación y contacto entre la comunidad irundarra, los que se quedaron y los que se fueron, los lectores y los colaboradores.

Antonio de la Serna tuvo que esperar 15 años más para finalmente en 1976 volver a ver las aguas del amado Bidasoa y reencontrarse, tras una larga ausencia de 40 años, con su amigo Gaspar, con sus hermanos Maritxu y Manolo, con su Plaza de San Juan y con su verde campiña, la que tanta felicidad le dio a manos llenas mucho tiempo atrás.

En uno de sus tantos escritos, Luis de Uranzu recordaba haber leído un texto de José María Salaverría en el que elogiaba la vocación periodística frecuente en los iruneses y que por tal motivo -decía Salaverría- nuestros literatos y periodistas tendrían su busto o por lo menos una lápida en las calles y plazas de Irún” en donde se podrían leer epitafios como éste: Al mártir de la libertad, el revolucionario Bellido, su patria agradecida.” Retomando esa idea, Uranzu dijo que si Salaverría viviese, debería de completar su lista de epitafios dedicados a los grandes periodistas de Irún con otro nombre que merece una lápida de granito de la Peña de Aya, con esta inscripción: A Antonio de la Serna, que supo mantener la llama sagrada del periodismo irunés, a través del tiempo y la distancia, su patria agradecida.”

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